( ambas fotos tomadas por mí con teléfono móvil )
Ceno a solas, para variar, en el restaurante La Taverna del hotel La Fenice.
¡Atiza! Me sirven la mismísima agua mineral naturale que en La Habana. Acqua Panna oligominerale. ¡Esto es cosa de Fidel! Pido dos primeros platos. Zuppa di cipolla, que es suave como la noche y… ¡no lleva costra de queso! Luego unos pequeños gnochis… Suena música cubana… “si me quisieras lo mismo que veinte años atrás…” ¿Alguien quiere y es querido durante veinte larguísimos años? ¡Que levante el dedo! Un mesonero corta un enorme jamón ibérico, antes llamado serrano. ¡En Venezia!
A las tres de la tarde fui el hombre que corría hacia el vaporetto con la servilleta anudada al jersey de cuello vuelto. Era azul, como el fascio y como la puta noche negra.
Me he cruzado con centenares de personas. Una solamente ví que estuviera tan sola como yo. Era una chica pegada a unas gafitas. Ni me miró. La soledad destila misoginia o androginia o misantropía o misogamia o lo que sea. Es difícil de llevar. Tanto o más que soportarse a uno mismo.
El absurdo desencuentro con Emelina, a una hora absurda, me dejó absurdo y agraz sabor de boca.
Gusto de regresar por donde ya estuve. No así en el sexo. Cansa la reincidencia y gusta conocer chicas nuevas. Pero… requiere tantísimo esfuerzo… Me refiero al conocimiento, no a la parte física del amor físico. Tal vez sea esto la madurez.